Es opinable y todo depende de tus gustos y preferencias, pero sin duda primavera y otoño constituyen dos opciones con muchas ventajas y atractivos. Los datos de la Oficina del Peregrino nos dicen que la mitad de los peregrinos hacen su camino en verano, un tercio en primavera, menos de un 15% en otoño, y un 3% en invierno.
El verano tiene una gran ventaja: es cuando estamos disponibles por lo general. Pero a la vez hay tres grandes inconvenientes: mucho calor, mucha gente en el camino y albergues llenos. Los españoles tienden a concentrarse en la época de verano, mientras que la proporción de extranjeros es mucho mayor en los meses templados.
Más de la mitad de los peregrinos se lanzan al camino en verano
El invierno está reservado para lobos solitarios y amantes de la dureza, puesto que no solo nos enfrentamos a las bajas temperaturas, sino sobre todo a jornadas de luz muy cortas, con laaaaargas noches en los albergues, y sobre todo a un número de facilidades (albergues, bares, restaurantes…) mucho menor, puesto que casi todo está cerrado. Sin embargo, los albergues públicos no cierran nunca. Además, tienes que llevar mucho más peso en la mochila.
Primavera y otoño, pues, ofrecen generalmente temperaturas menos extremas, un flujo moderado de gente en el camino y sobre todo unos paisajes naturales en su máximo esplendor. Si eres afortunado y puedes escoger, no lo dudes, la mejor elección serán meses como abril, mayo u octubre, pero ya sabemos que no todo es factible en esta vida.
Para que te sirva de orientación, los meses más llenos son, por este orden, agosto, julio, septiembre, junio, mayo y octubre. El camino pasa a modo ahorro de energía, es decir, con casi todos los establecimientos cerrados (pero albergues públicos siempre abiertos) entre noviembre y Semana Santa.