Son nuestros pies quienes nos llevan a Santiago y haremos bien en darles lo mejor. Mímalos y dales un buen calzado. Ligero, cómodo, adaptable, impermeable, que transpire, no te ahogue ni sea nuevo… esos son los criterios principales. Ten en cuenta un par de cosas: el camino no es alta montaña, así que mejor olvídate de cosas demasiado robustas y rígidas; y trascurre por todo tipo de superficies —asfalto, gravilla, pedregoso, tierra…—, así que busca buena suela y adaptabilidad.
Enemigos de nuestros pies son el calzado nuevo (debe estar acostumbrado a nuestro pie, así que si lo compras nuevo asegúrate de utilizarlo en la fase de entrenamiento), el calzado demasiado ajustado (que las puntas de los dedos no toquen la parte frontal, y si dudas entre dos números, escoge la talla superior) y la humedad (tanto interior como exterior, así que necesitamos que transpiren para evitar el sudor y que sean impermeables o hidrófugos para que la lluvia no penetre).
La mejor opción son las zapatillas de trekking
Establezcamos cuatro niveles: botas de montaña, zapatillas de trekking, zapatillas de fitness y sandalias. Las botas de montaña son demasiado pesadas y rígidas para el camino. No necesitamos tanta protección. Nos dan calor y poca maniobrabilidad. Las sandalias son útiles para el término de la etapa, pero no para la caminata: nos dejan a merced de la lluvia, el barro y las torceduras. La zapatillas de fitness o los tenis pueden ser adecuadas solo si vas a hacer distancias cortas, en verano y sin lluvia. Pero eres vulnerable si las condiciones cambian.
Por eso, la mejor opción son las zapatillas de trekking. Son ligeras y cómodas. Nos permiten reducir el riesgo de ampollas gracias a su transpiración. Tienen la suela flexible y bien marcada. Y acostumbran a ser impermeables. Puedes utilizar las de media caña si quieres más protección para tus tobillos, pero no me parece estrictamente necesario.